El periodista Valentín Carrera, docente en el Máster en Comunicación Política Avanzada de CES Next, reflexiona sobre la realidad actual del sector de la información, en el que cientos de fake news se crean y se difunden sin control.
«Hubo un tiempo, no lejano, en el que el teléfono era la principal herramienta del periodista. El teléfono fijo, por supuesto. Recuerdo a un compañero que acababa de estrenar su primera beca en un medio importante del país a primeros de los 90. fake news
Le llegó el aviso de que había muerto una personalidad relevante del mundo de la cultura pero no lo había confirmado por ningún cauce oficial así que se armó de teléfono, consiguió el número del domicilio del presunto difunto y llamó.
Cuando los primeros tonos comenzaron a sonar, mi compañero empezó a pergeñar su primera pregunta. Rápidamente se dio cuenta, primero, de que no era tarea fácil y, segundo, de que tenía poco tiempo para darle forma a la cuestión.
Sin resolver el entuerto oyó que al otro lado le decían “Sí, ¿digamé?”. Sin tiempo para armar una respuesta mejor, mi compañero improvisó: “Buenas tardes, quería hablar con fulano de tal”. “¿De parte de quién?” volvieron a inquirirle. “Soy menganito de cual, de la Cadena 123”, siguió improvisando. “Un momento por favor”.
El interés de mi compañero decayó de golpe. Sobre todo, cuando al otro lado distinguió la voz inconfundible del interlocutor que buscaba. La noticia se había esfumado en su escucha y ahora tenía que resolver, por la vía rápida, una conversación que no había preparado.
El trámite le llevó un par de minutos, colgó y fue a hablar con su jefe. “Fulano de tal no se ha muerto”, le aseguró con firmeza. “¿Cómo puedes estar tan seguro?”. “Porque acabo de hablar con él hace un minuto”, respondió firme el aspirante a periodista. “Es una buena razón”, zanjó su jefe veraniego.
En ese tiempo, no tan lejano, las redacciones de los medios eran una caja de ruidos. Sonaban los teléfonos (el modo avión no había demostrado su utilidad todavía). Sonaban las máquinas de escribir de toda la vida y los primeros teclados de los ordenadores que operaban en Basys (en esa época yo era capaz de distinguir, sólo de oídas, cuál de mis compañeros estaba escribiendo por el ruido que hacían sus dedos caminando sobre el teclado).
Sonaban los teletipos al imprimirse (con un furor que te hacía creer que cada noticia iba a ser la más importante de tu vida). Sonaba todo, la verdad. En alguna ocasión me tocó cerrar edición en el pequeño periódico en el que hice mis primeras prácticas y solo a muy última hora de la noche comenzaba a tomar posiciones el silencio, justo unos minutos antes de que la rotativa se pusiese en disposición de escupir las primeras ediciones impresas.
Hoy, las redacciones de los medios de comunicación son lugares silenciosos. La mayor parte de las personas trabajan con cascos. El ruido ambiente casi ha desaparecido. El ruido, en realidad, se ha trasladado de las redacciones al contenido de las informaciones. Y se ha convertido en un ruido tan atronador que prácticamente silencia las propias noticias. Las verdaderas noticias.
El cambio climático avanza sin que seamos capaces de ponernos de acuerdo en tomar iniciativas reales, concretas, eficaces para dejar de destrozar el planeta de nuestros hijos. La riqueza mundial sigue concentrada en muy pocas manos mientras la mayor parte de la población, la inmensa mayor parte, tiene que sobrevivir con poco más de un euro al día.
Somos capaces de controlar, erradicar o combatir prácticamente cualquier enfermedad pero miles de personas mueren a diario por falta de una aspirina o, simplemente, de agua potable. Y lo peor de todo es que este tipo de cuestiones, fundamentales para el conjunto y el futuro de la humanidad, no encuentran hueco en los medios de comunicación, demasiado agitados por el torrencial río de deshielo que son las redes sociales, alimentadas al segundo por todo tipo de contenidos perfectamente prescindibles.
Hubo un tiempo, no lejano, en el que los periodistas buscaban noticias o se las encontraban, pero siempre trataban de confirmarlas antes de publicarlas. Buscaban la opinión de la otra parte y si no tenían una confirmación, esperaban. A veces años.
Recuerdo una escena del clásico de Alan J. Pakula “Todos los hombres del presidente”, basado en el libro del mismo título, de Bob Woodward y Carl Bernstein. El mítico director de The Washington Post, Ben Bradley, quiere estar seguro del contenido de una de las noticias sobre el Watergate que han preparado ambos pupilos y no tiene suficiente con las dos confirmaciones que han conseguido.
¡Ojo!, dos confirmaciones no le parecían suficientes para publicar una noticia. Y a Bernstein, se le ocurrió llamar a una de sus fuentes para buscar la tercera confirmación que precisaban. Para que su fuente no tuviese que hablar, idearon una estratagema. Los periodistas le contarían los datos que tenían. Si eran falsos, la fuente colgaría el teléfono de inmediato. Si eran ciertos permanecería a la escucha mientras Bernstein contaba lentamente hasta diez.
Al terminar la cuenta, la fuente dijo “has llegado a diez, y sigo aquí, ¿está claro?”. Sí respondió el periodista casi fuera de sí. “Buenas noches”, se despidió la fuente.
Ahora no. Ahora cualquiera ve cualquier cosa en cualquier red social y se lanza a publicarla. Si es mentira, ¿qué más da? Si no es exacta, ¿a quién le importa?, si falsea la realidad, mala suerte, no hay tiempo que perder.
Lo importante es que ese contenido ya ha generado tráfico web hacia el medio en cuestión. Incluso la buena voluntad de los ciudadanos, periodistas o no, que denuncian una falsedad termina generando tráfico hacia el medio mentiroso. ¡Miel sobre hojuelas! Ese tráfico se traduce en curiosidad, notoriedad, ingresos… Es el triunfo del que hablen de mi aunque sea bien.
[Máster en Comunicación Política Avanzada de CES Next]
A todo ese ruido, las fake news añaden hechos manifiestamente falsos generados con la voluntad de falsear la realidad, tergiversarla y, sobre todo, influir en las decisiones de millones de personas. Más ruido. Mucho más que ayudan a propagar los propios medios.
Durante la campaña de las presidenciales de 2016 en Estados Unidos, se movieron miles de fake news en internet que, a juzgar por el número de usuarios de las redes sociales en ese país, sobre todo en los estados donde más éxito cosechó Donald Trump, no deberían haber tenido demasiada repercusión en los resultados.
Pero la realidad es que sí la tuvieron, en buena medida, porque los medios (tradicionales y no) se hicieron eco de esas fake news. Los magnificaron. Se hicieron eco del ruido y lo multiplicaron.
Hubo un tiempo, no tan lejano, en el que los profesionales de la información nos dedicábamos a hacer preguntas para saber, para conocer, para contrastar; no para acusar, no para molestar, no para hacer ruido. Porque el ruido es enemigo de la claridad. Entre ruido no se distinguen los matices. Con ruido no se puede aprender, mejorar, progresar. Con ruido no se puede pensar. Y la información o es reflexiva o no es.» fake news